El Rafles: MAESTRO DEL CAMUFLAJE Y PERSONAJE DE LEYENDA
Maestro de la fuga y del camuflaje, a quien le distinguían la astucia, la sagacidad, la habilidad y la artimaña. El tequilense Roberto Alejandre Hernández, mejor conocido como “El Rafles Mexicano”, se convirtió en leyenda al efectuar un sinnúmero de robos en México y otros países como Francia, Estados Unidos e Inglaterra. En tono de picardía y descaro burlaba a las autoridades locales que en poco tiempo declararon su incapacidad para capturarlo, por lo que hubo necesidad de boletinarlo a la INTERPOL, al FBI y a la Scotland Yard.
Pero los esfuerzos de los sabuesos policiacos no tuvieron éxito. El también llamado “Ladrón Manos de Seda” se apoderó de jugosos botines en hoteles, joyerías y otros negocios comerciales. Sólo el paso del tiempo lo venció; después de la tercera edad pasó de ser un ladrón de la alta escuela a un simple indigente que vagaba por las calles de Francisco de Ayza, Belisario Domínguez, Pablo Valdez y Mariano Jiménez, donde hizo su hogar.
Sin embargo, no hubo policía ni reportero que lo descubriera, quizás adoptó el mejor disfraz que le permitía la libertad en pleno. Tras vagar 13 años por las calles tapatías la muerte lo sorprendió y un 9 de marzo de 1989 se sumó a la lista del asesino serial apodado “El Mata-indigentes”, quien le acertó un balazo en el cráneo mientras dormía en una banqueta.
MARCADO POR EL DESTINO
Hace 103 años en el municipio de Tequila, Jalisco, nació Roberto Alejandre Hernández, concretamente un 9 de julio de 1901. Sus padres Mucio Alejandre y Modesta Hernández lo cuidaban al igual que a sus otros hermanos, pero nunca se imaginaron que el destino cambiara los planes que tenían para su hijo. Como es sabido, esta época estuvo marcada por la miseria y las condiciones deplorables en que vivían los mexicanos.
Las crónicas jaliscienses cuentan, de acuerdo a la propia voz de Roberto, que a su corta edad fue secuestrado en el municipio de Tequila por una banda de delincuentes, quienes lo introdujeron ilegalmente a Estados Unidos. El propósito de estos malvivientes era instruirlo con todos los trucos para robar y luego explotarlo para incrementar sus ganancias.
En plena Revolución en 1920, Roberto Alejandre Hernández regresa a la tierra que lo vio nacer, para ese entonces tenía 19 años de edad. Se dice que “nadie es profeta en su tierra” pero Roberto comenzó su carrera delictiva en nuestro país, en Estados Unidos fácilmente lo capturaban y gracias a su inexperiencia conoció las prisiones americanas.
Al regresar a su país sin conocimientos ni profesión, no le quedó otra más que robar lo ajeno, obteniendo motines de diversos montos. Se podría decir que la suerte no estuvo de su lado, ya que en ese mismo año es capturado por primera vez en la Ciudad de México y puesto en prisión. Las autoridades policiacas pensarían que terminaban las denuncias de robos a grandes negocios al encerrar a Alejandre Hernández pero el destino se empeñó en ponerlo en el camino del despojo.
La universidad del robo, del disfraz y la escapatoria se abría paso. Al ingresar Roberto Alejandre a la cárcel compartió celda con un prisionero alemán, quien al simpatizar con éste lo adiestró sobre el arte del disfraz, la planeación de fugas, métodos que este controvertido personaje jalisciense utilizaría y perfeccionaría para hacer del robo una perfección.
Conforme se instruyó Roberto Alejandre Hernández superó al maestro perfeccionando y refinando los métodos para culminar con trabajos limpios, sin sospecha y llenos de confusión para las autoridades. Esos fueron sus dones por lo que lo llegaron a llamar “El Rafles Mexicano”, en alusión al legendario Rafles, protagonista que la radio cubana de los años 50 popularizara como el “Ladrón de las Manos de Seda”.
EL ARTE DEL DISFRAZ
Por el número de robos lo sentenciaron a nueve años de prisión en las Islas Marías, localizadas en el Océano Pacífico, y tras el paso de estos años por su cabeza pasó la idea de dejar el oficio de ratero que el prisionero alemán le había enseñado. Sin embargo, Roberto Alejandre pensaba vivir una vida tranquila por lo que se especializó en la fotografía y pintura, actividades donde también logró un progreso significativo por la sensibilidad y talento que lo caracterizaban.
Estando en prisión logra ahorrar y entre sus proyectos principales estaba el de instalar un estudio de fotografía y pintura. El destino que ya estaba escrito cambió sus planes; al salir de la prisión y al hospedarse en un hotel de la Ciudad de México, Roberto Alejandre fue objeto de extorsión por parte de dos policías, quienes lo despojan de todos los ahorros que había juntado en su estancia en las Islas Marías.
“No quedó otro recurso que hacer lo que sabía”, comentó en aquellos tiempos Roberto, por lo que de inmediato puso en práctica lo que le enseñó el prisionero alemán y estaba decido a ganarse el apodo de “El Rafles Mexicano”. A partir de la década de los treinta comienza su aventura en el delito de hurtar lo ajeno. A pesar del miedo y los nervios que le provocaba el ser descubierto, “El Ladrón Manos de Seda” a la mexicana protagonizó numerosos robos con montos elevados, entre ellos se destaca el robo de las joyas de la “Gatita Blanca”, María Conesa, que se hallaba hospedada en el cuarto 9 del Hotel Francés.
“El Rafles” antes de robar, elegía el negocio, estudiaba una y otra vez la estrategia, salidas de emergencia, cuántos empleados había, si contaba con vigilancia o no y lo más importante seleccionaba el disfraz que utilizaría, aquel que lo salvaría de ir a prisión como en 1920. Se dice que en los hoteles como en las joyerías y otros negocios Alejandre Hernández aparentaba ser un millonario por lo que acudía una y otra vez a dichos negocios para completar el plan.
Se convirtió en especialista del camuflaje, era semejante a un camaleón, que cuando se siente amenazado cambia de color para perderse en la naturaleza que lo rodea. Se dice que poseía una variedad de disfraces por lo que era difícil identificarlo, un día se enmascaraba de policía, al otro de cocinero, después de botones, luego de electricista o plomero y hasta de mujer.
Para Alejandre Hernández la careta no importaba, lo mismo era escapar de hombre que de mujer, la habilidad y destreza para disfrazarse en poco tiempo era lo que importaba antes que lo descubrieran y escapar del rastreo de las policías del FBI, la INTERPOL y Scotland Yard, ya que se convirtió en uno de los más buscados, incluso su fama trascendió a la de “El Rafles” original.
TRAICIONADO POR EL MIEDO
“El Rafles” (también conocido como el “Ladrón de Levita”) cometía los robos sin compañía para evitar una traición. Su forma de robar era elegante, no dejaba pista alguna con qué identificarlo, además no usaba armas, lo que demuestra que no contaba con perfil criminológico. El dinero o las joyas que robaba los usaba para vivir plácidamente: se hospedaba en los mejores hoteles, comía en lujosos restaurantes y vestía ropa de calidad.
En su andar por la delincuencia quiso evitar la traición, pero el miedo y los nervios fueron sus peores enemigos, al mismo tiempo hacia uso de su audacia para escapar de sus captores Los relatos periodísticos cuentan que en agosto de 1943, en una de sus múltiples detenciones estuvo bajo custodia de dos agentes llamados Martín Cruz Carreño “El Indio” y Arturo Ortiz Zúñiga “La Píldora”, a quienes burló hábilmente al convencerlos de ir a comer en la casa de huéspedes “Maeva” por su “sabor casero” y para rematar les dijo que él pagaba la cuenta. Al terminar de comer “El Rafles” pidió permiso para ir al baño y luego huyó a través de las azoteas.
Los agentes policiacos se percataron que “El Rafles” se había fugado de tal manera que no se reportaron con sus superiores e iniciaron una intensa búsqueda en varios estados del país para capturarlo. Seis meses después lo reaprendieron y lo trasladaron a la Ciudad de México. Los policías recuperaron su puesto y hasta lograron una mención honorífica.
El 15 de julio de 1945 fue uno de los días en que “El Rafles” se levantó con el pie izquierdo. Roberto estaba parado en la esquina de 16 de Septiembre y López Cotilla (Guadalajara) cuando el agente de la entonces Policía de Comercio (hoy Auxiliar) Antonio Magallanes notó que ese hombre adoptó una actitud sumamente nerviosa, por lo que de inmediato el agente lo revisó y pidió refuerzos.
Para despistarlos Alejandre Hernández dijo llamarse José de Jesús Anaya Zúñiga pero le encontraron las herramientas que usaban los rateros como llaves maestras, artefactos para abrir cerraduras y traía consigo alhajas y objetos robados además de billetes en moneda nacional y dólares. De inmediato fue detenido y trasladado a la desparecida Penal de Oblatos.
LO SORPRENDIO EL MATA-INDIGENTES
Hasta 1949 estuvo prisionero en la Penal de Oblatos. De nueva cuenta la astucia se hizo presente un 19 de mayo de ese mismo año. Aprovechando que era día de visita conyugal cuando esposas y concubinas visitan a sus presos, “El Rafles” hábilmente disfrazado de mujer burla la vigilancia y se escapa. Las autoridades carcelarias se enteraron de la fuga a las 15:30 horas del día siguiente cuando llegó al Penal el electricista Ignacio Esparza y relató a las autoridades lo siguiente:
Al caminar por la calle Obregón frente al cine del mismo nombre dice que vio a una mujer muy maquillada, bien vestida y caminando con estilo elegante, pero al observarle la cara Ignacio pensó: “Que parecido tiene con el ‘El Rafles’”. De inmediato ordenaron buscarlo y para su mala suerte Roberto Alejandre otra vez burló a las autoridades policiacas. Las pesquisas se iniciaron y las investigaciones arrojaron que Ricardo Bernal, de 11 años de edad, le llevó el disfraz a “El Rafles” que incluía ropa de mujer, peluca, maquillaje y zapatillas, por ello obtuvo una paga de 20 pesos y después fue retenido al igual que los custodios Santiago Rueda, José Luis Gutiérrez y Rufino Sandoval, por sospechosos.
Para ese entonces Roberto Alejandre recuperó su libertad cuando tenía 48 años. Posteriormente pasaron los años y en el recuerdo quedaban sus aventuras del robo en México y a nivel internacional, sus espectaculares escapatorias y los cuantiosos botines. Se fue a vivir en una privada entre Pablo Valdez y Clemente Aguirre, para ese entonces trabaja de agente de ventas de una mueblería.
Daba inicio la última etapa de la vida de “El Rafles” al vagabundear por las calles de Francisco de Ayza, Pablo Valdez, Belisario Domínguez, Mariano Jiménez, entre otras.
Cuando llegó a ese barrio el “Ladrón Manos de Seda” se hizo llamar “Don Vicente”. Al llegar a esas calles los vecinos lo vieron con indiferencia por su aspecto de indigente pero después se encariñaron con el personaje de leyenda.
Pasada la tercera edad dormía en las banquetas y siempre cargaba un portafolio maltratado. El 10 de marzo de 1989 los periódicos locales titulaban “Matan a tiros a indefenso septuagenario”. La intuición periodística no se hizo presente hasta que las policías confirmaron que un día antes (9 de marzo) de un tiro en la cabeza había muerto, a los 88 años de edad, el controvertido personaje “El Rafles”, afanosamente buscado por policías internacionales, dado que le encontraron dentro del portafolio la peluca con la que escapó de la Penal de Oblatos.
Las investigaciones continuaron y esta muerte se la atribuyeron al temido asesino serial “El Mata-indigentes”, al ser la tercera víctima, por el calibre usado de 7.65 y al exterminarlo con el tiro de gracia. “El Rafles Mexicano” no dejó descendencia ya que no se le conoció mujer alguna, además rompió sus vínculos familiares por lo que terminó su vida en medio de la pobreza y en las calles hasta que lo sorprendió la muerte.